La Historia suele pasar por una de las disciplinas más aburridas del amplio espectro académico teológico. Muchos la confunden con la simple memorización. Pero al contrario de lo que nos podría parecer, y a pesar de que su objeto de estudio es el pasado, su ámbito de acción se extiende hasta nuestro presente e incluso abarca nuestro futuro. La Historia jamás es inocua y entre una de sus características más notorias está la de la resilencia. Por ello, trata de quiénes somos, pero sobre todo, de quiénes podemos llegar a ser. Se descubre así que el ejercicio de la Historia no es aséptico o desinteresado, sino que se halla profundamente comprometido con la comprensión de las estructuras que han moldeado el pasado y han alumbrado nuestro presente.